“Aquí a espaldas hay una fiesta gitana para que vayas”, me dijo un joven que asomó su cabeza por la ventana de un Jetta color blanco.
Confundido me levanté y caminé hacia la calle de atrás por donde se me había indicado. Al momento de estar caminando escuchaba cada vez más cerca la música, las voces y el relajo en algún lugar de la colonia Mariano Otero.
Me planté frente a un terreno grande que tenía el portón emparejado, y con más miedo que pena, empujé la pesada puerta y lo primero que vi fueron cerca de 20 gitanas. Algunas sentadas platicando, otras bailando, vestidos de diferentes tonos: morado, naranja, verde, rosa todos con flores de colores. Muchas de ellas portaban un pañuelo en la cabeza, señal de una mujer casada.
Algunos rostros me parecieron familiares, ya que anteriormente me había paseado por la zona con la finalidad de platicar con algunos gitanos para mi investigación.
Un rostro inconfundible sin duda, era el de la señora más grande de la comunidad, su piel rugosa, con una sonrisa de labios sin mostrar los dientes, la mirada caída y un cigarro en la mano. Alrededor suyo sus bisnietos a quienes abrazaba y besaba.
También ahí estaban sus nietos, unos hombres de 30 o 35 años que también me parecieron familiares, pues su madre que no estaba presente, un par de semanas atrás me había regalado un amuleto para la buena suerte (una especie de almohada pequeña, del tamaño de la palma de mi mano, cosida por los cuatro lados con piedras o semillas dentro). Esto me lo obsequió luego de que me leyera la mano y a cambio le entregara unas bocinas y un celular que ya no utilizaba.
En la fiesta también se encontraba el patriarca, un señor adulto de unos 55 años de edad, que amablemente me invitó a pasar, pues aún estaba dudoso al entrar, como cuando un adolescente asiste nervioso a su primera fiesta. Los hombres sentados de un lado, y las mujeres del otro, niños de entre ocho y nueve años corriendo descalzos por todas partes con cerveza en mano, a veces le tomaban otras la tiraban a manera de diversión.
En esta ocasión celebraban un pedimento. Había carne, mariscos, cerveza, y música gitana. Un joven tocaba el teclado y cantaba en caló. Un dialecto que solamente los gitanos entienden, que se enseña de generación en generación, y que se ha convertido en un símbolo de su identidad.
Las mujeres bailaban moviendo los brazos alternadamente de arriba abajo anteponiéndolas a su rostro y pecho, girando las muñecas en círculos, y moviéndose al ritmo de la canción.
Las fiestas gitanas se dividen en tres (pedimento, boda y tornaboda). En el pedimento los padres hablan de gastos y fijan una fecha para la boda. Tiempo después se celebra la boda, es aquí donde los novios se visten para la ocasión. Después de la boda, los ahora esposos se van de luna de miel, y al regresar realizan la tornaboda, una fiesta especial en la cual celebran que la novia sí era virgen. Por lo general los gitanos se casan muy jóvenes, alrededor de los 19 o 20 años.
La comunidad gitana suele ser una comunidad aislada, aunque mantienen contacto con personas que no son gitanos, siguen siendo fieles a sus costumbres y tradiciones, “se tiene que nacer gitano”. Se identifican por ser muy unidos, los lazos familiares son muy importantes dentro de la comunidad. Es por eso que todos se conocen, aunque no sean familiares directos, ser gitano los mantiene unidos. Es muy común pasar un domingo por la tarde y verlos sentados afuera de sus casas escuchando música y platicando en familia.
Sin embargo, reiteran sus raíces como mexicanos, pues aseguran ser más mexicanos que el nopal. Muchos de ellos nacieron aquí en México, aunque son de ascendencia húngara o española.
Abdelia, una gitana, de entre 60 y 65 años dijo que la comunidad lleva asentada aproximadamente 26 años, ya que anteriormente viajaban por todo el país “dando cine”. Iban a las rancherías y colocaban carpas, creando una especie de habitación en donde se mostraba la película por medio de un proyector muy pequeño.
Anteriormente se sabía que eran nómadas, se establecían en campamentos y se quedaban allí durante un tiempo. Aunque esa costumbre ya no es tan común, al menos no en esta comunidad. Varios de ellos siguen conservando sus remolques y alguno que otro sigue viviendo en una casa típica gitana. Una carpa como de circo, con líneas verdes y blancas, y un tráiler estacionado fuera de ella.
Jonathan, que es un ciudadano mexicano como cualquier otro, esposo y padre, y tiene un trabajo al que le dedica muchas horas al día, al igual que muchos otros en la comunidad, sigue siendo fiel a sus tradiciones y celebraciones gitanas, pues asegura que muchas de éstas se han ido perdiendo con el paso del tiempo.
Así como algunas costumbres se han dejado de practicar, otras aumentan. En el caso de la religión, muchos de ellos forman parte de la Iglesia Pentecostal Agua de Vida. En estas ceremonias los asistentes escuchan la palabra de un pastor quien también es gitano y líder de la Iglesia.
Luego de tomarme algunas cervezas y platicar con muchos de ellos, por primera vez me sentí acogido por el grupo. Al cabo de varias visitas, por fin me tuvieron confianza y compartieron conmigo.
Después de tomar algunas fotografías durante el pedimento, que posteriormente fueron impresas y obsequiadas a la comunidad, me retiré del lugar. Los gitanos por su parte seguían celebrando a los novios, una nueva familia que seguramente será bien acogida por la comunidad.
Un pueblo que se mantiene invisible ante el rápido crecimiento de la vida citadina, una comunidad de gitanos, también conocidos coloquialmente como “húngaros” o “paisas”, eso son.
La cultura gitana
Los misterios y hechos fantásticos que rodean a los gitanos se deben a tres factores, según la investigadora española Carla Santiago, autora del libro Nuestras Culturas. En primer lugar los gitanos poseen una cultura ágrafa, es decir, historias, relatos y narraciones son transmitidos de manera oral de padres a hijos, careciendo de documentos escritos que identifiquen su lugar de origen.
En segundo lugar los caracteriza el nomadismo. Los gitanos a lo largo de su historia se han identificado por ser viajeros, y parte de su identidad es adoptar diferentes costumbres y hábitos de los lugares en donde han estado.
Y por último, los mismos gitanos han creado un contenido simbólico sobre su origen, contando fantásticas leyendas sobre su procedencia.
El investigador en Antropología Social, Héctor Ignacio Muskus Guardia, autor del libro La Roma del Centro de Occidente de México: Religión Pentecostal y Organización Social, afirma que en México los gitanos no han sido reconocidos por el gobierno ni por las instituciones públicas como el INEGI, que no los reporta en censos, no obstante son una población que ha formado parte de la historia de este país desde 1890.
Texto y fotos por: Orlando Palacio Estrada
La entrada Gitanos, el pueblo que no muere aparece primero en La Jornada Jalisco.